martes, 12 de marzo de 2013

Los gritos no son argumentos

Ante la expansión de los ciclistas por nuestra ciudad se oyen voces en contra de los carriles bici, de los dineros que se gasta el Ayuntamiento en cambiar el modelo de movilidad (en fomento de la bicicleta poquísimo en comparación con lo que se gasta en facilitar la circulación de los coches), en contra incluso de los propios ciclistas, que son todos unos vándalos (en 2011 murieron en las calles y carreteras españolas 380 peatones, de los cuales ninguno fue atropellado por una bicicleta. De media, veinte niños son atropellados al día en España). 

Algunos se preocupan mucho de nuestra seguridad invitándonos a que nos pongamos el casco, otras protecciones y ¿por qué no?, una carrocería y cuatro ruedas motrices para pasearnos por los cosos, para mayor deleite de nuestros conciudadanos. Sin embargo, se obvia que más de la mitad de las lesiones cerebrales las sufren los ocupantes de un coche, mientras que el resto suelen ser sufridas por ciclistas y peatones atropellados por coches. Si los ciclistas pidiésemos por mayor seguridad el casco para los ocupantes de coches y los peatones nos tacharían de locos y de cosas peores.

Otros nos quieren ver cosidos a impuestos, seguros y otras lindezas como la matrícula. Como si los ciclistas no pagáramos impuestos (que no usemos el coche no quiere decir que no lo tengamos; ¿y por qué una moto tiene que pagar el doble que un coche?); como si el seguro del hogar que la mayoría tenemos no nos cubriese tanto como el seguro de un coche, como si los daños que puede infligir una bicicleta fuesen de la misma gravedad que los que causa un coche en manos de un temerario o un inútil motorizado. La matrícula ya se usaba en tiempos de Franco (ay, cuanto nostálgico) y se eliminó por inoperante e innecesaria. 

Mientras en muchos países europeos se incentiva económicamente a los ciclistas aquí se nos quiere cobrar por no contaminar y por hacer de la ciudad un lugar más seguro y agradable. 

Ante esas voces discordantes, con todo el cariño rememoro aquellos versos de Goethe:

El perro quisiera acompañarnos desde el establo; 
el eco de sus ladridos demuestra que cabalgamos.
                                        "Kläffer" (Ladrador, 1808).



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